Algunos piensan que esto de hacer una foto de bichos es llegar y pegar. Otros, por contra, piensan que nos llevamos los bichos a casa en un taper y los metemos en el congelador para tenerlos controlados al día siguiente.
Si os parece os cuento como lo hago yo.
La otra tarde, campeando un poco, asuste a una libélula, que levanto el vuelo. Pero al dar un paso atrás vi como volaba en la misma zona y se posaba de nuevo en el mismo sitio. Así que espere un rato para asegurarme que no se iba. Como aún era temprano, tras un rato de observarla, seguí por la zona y me entretuve fotografiando alguna serapia cordigera.
Al rato volví y allí estaba posada en el mismo sitio. Pero todavía era pronto, así que espere otro rato. En total casi dos horas que le di para que se adormeciera.
Por fin puse la cámara en el trípode y, cuerpo a tierra, me arrastre sigilosamente hasta ella para hacer la foto. Ya os digo que hay leones que hacen más ruido al cazar una gacela.
Hecha la foto, me fui igual de sigilosamente porque, con un poco de suerte, al día siguiente por la mañana temprano, estaría allí dormida.
Por supuesto al día siguiente, por la mañana temprano, fui a visitar a la bella durmiente para ver si tenía suerte y aún seguía allí.
Efectivamente, a primera hora de la mañana, no corría ni una “miaja” de aire y había tal humedad en la hierba que me tuve que poner un impermeable para poder tumbarme sobre ella.
Pero no importaba, allí estaba ella, dormida, en el mismo posadero donde la fotografié la tarde anterior, y ahora podía acercarme a ella sin miedo a que saliera volando. Ya podía usar reflectores, sombrear, iluminar con leds, etc.
Así que montamos el chiringuito y esta es la foto que salio.
Casi que lo teníamos todo, pero la libélula había escogido un posadero que no era todo lo estético que me hubiera gustado. En un prado donde las serapias se cuentan por cientos, se le antojo posarse en una que tenía un par de flores marchitas y, la verdad, se me iba la vista a esos dos capullos negros que rompen toda la estética de la foto.
Además, aquel prado estaba lleno de posaderos preciosos. Flores en perfecto estado y algunos con un indudable ritmo compositivo.
Pero, como reza el refrán, “a quien madruga Dios ayuda” y si algo tienen las mañanas frías y húmedas es que, con un poco de maña, se le puede ofrecer otro posadero a los bichos que están entre dormidos y aletargados. Normalmente estos los aceptan casi sonámbulos y casi que no pierden ni las gotitas que los cubren.
Dicho y hecho, a medio metro de la protagonista tenía una serapia que era todo ritmo así que ….
Tanto me gusto el posadero, que no supe decidir desde que ángulo tomar la foto. ¿Derecha o izquierda? ¿Una u otra luz? Ese es el dilema.